El eclipse de la verdad: cuando lo que se apaga es la ética
Cuando la verdad aún era un enigma, algunos eligieron sembrar sospechas, aprovechando la incertidumbre para moldear percepciones sin fundamento.
Ayer, la península ibérica, como un corazón que olvidara por un instante su latido, se sumió en la sombra: un apagón eléctrico nos dejó sin la chispa de lo cotidiano, sin la inercia invisible de la energía que mueve nuestras vidas. Ante un hecho de tal magnitud, cabría esperar de los representantes públicos la altura, la prudencia, la serena honestidad que las circunstancias exigen. Y, en efecto, en casi todas las comunicaciones oficiales que pude escuchar a lo largo y ancho del país, se respiraba un aire de cautela: se habló de investigación en curso, de causas aún desconocidas, de la necesidad de no adelantar juicios.
Al menos, así fue en todas las que escuché y leí, salvo en una:
El ayuntamiento del pequeño pueblo donde habito y contemplo el mundo decidió nadar a contracorriente. En su comunicado "oficial", lejos de la contención mostrada en otras instituciones, se aventuró a señalar culpables sin pruebas. Así reza, literalmente, el mensaje:
"Esto ha sido debido a una inestabilidad crítica del sistema, siendo lo más probable que sea originada por la alta exposición a la generación renovable, que requiere un control muy preciso y complejo de la red."
Con ironía amarga, el mismo mensaje que sembraba una sospecha no confirmada pedía, acto seguido, a los vecinos responsabilidad para no difundir rumores. Así, quienes deberían haber sido bastión de rigor se convirtieron en heraldos de conjeturas, alimentando la confusión y erosionando aún más la frágil confianza de los ciudadanos.
Esta imprudencia no parece, sin embargo, fruto del azar. Hay en ella un aroma inconfundible a oportunismo político: los que gobiernan este municipio no han ocultado su incomodidad hacia ciertos discursos energéticos. ¿Qué mejor ocasión para sembrar la duda y reforzar su relato que una crisis inesperada, que un día de apagón donde el miedo y la desinformación florecen como malas hierbas?
Cabe preguntarse, incluso, si esta estrategia no se repitió en otros municipios afines, multiplicando silenciosamente el daño, infiltrando entre las grietas de la incertidumbre el veneno lento de la especulación y el descrédito, aprovechando la ignorancia momentánea para moldear percepciones y sembrar confusión, antes siquiera de que la verdad hubiese podido asomar su rostro.
Aquí, late una verdad antigua: el poder tiende, si no se vigila, a corromper no sólo las acciones, sino también las palabras. La verdad —ese frágil hilo de oro que sostiene la convivencia— es a menudo la primera víctima de la ambición política. Y cuando el lenguaje se pervierte, cuando se utiliza no para alumbrar la realidad sino para modelarla al capricho del interés, entonces el ejercicio del poder deja de ser un servicio y se convierte en una forma insidiosa de violencia.
Manipular la verdad no es un acto menor ni una simple estrategia coyuntural: es un gesto que corrompe el tejido mismo de la confianza social. Cuando el relato de los hechos se tuerce al capricho de intereses pasajeros, se hiere la posibilidad misma de una comunidad cimentada en la confianza y en la razón. La mentira estratégica es una forma silenciosa de destrucción: va desgarrando, hebra a hebra, el frágil tapiz que sostiene nuestra convivencia. Quien instrumentaliza la verdad no sólo traiciona a sus contemporáneos, sino que dilapida un legado de siglos de lucha por un lenguaje que aspire a nombrar lo real con dignidad.
En la penumbra literal de aquel apagón se hizo visible otra oscuridad más profunda: la que anida en quienes prefieren instrumentar la verdad en vez de custodiarla.
Ayer, mientras la electricidad regresaba poco a poco a nuestras casas, mientras las farolas volvían a encender sus párpados de luz cansada, quedó en evidencia que lo que más escasea en algunas de nuestras instituciones no es la energía, sino la integridad. Y esta carencia —más devastadora que cualquier apagón físico— no se soluciona con un black start, ni con promesas huecas, ni con maniobras de distracción.
Porque no hay apagón más terrible que aquel que extingue la conciencia de quienes deberían, en nombre de todos, mantener encendida la llama de la ética.