La fotografía que nos encuentra en la voz que nos habita
El estilo no se busca, el estilo se encuentra. No es un destino al que se llega, sino un camino que se desvela mientras avanzamos. No se descubre en un día ni se elige en una lista de opciones.
…El estilo aparece cuando dejamos de imitar, cuando el ruido de lo aprendido se apaga y emerge, sin pedir permiso, la forma en la que realmente miramos el mundo.
Cada fotógrafo —cada artista— lleva dentro un lenguaje. A veces lo descubre pronto, otras veces le lleva una vida. No se trata solo de los temas que elige ni de la obsesión con cierta luz o cierto color. Es más profundo: es la manera en que su mirada respira, la forma en que elige estar en el mundo.
El problema es que, al principio, nos cuesta escucharnos. Miramos afuera, buscamos en otros lo que aún no vemos en nosotros mismos. Nos perdemos en referencias, en tendencias, en la validación ajena. Pero el estilo no está en la aprobación de los demás. No está en los likes, ni en el algoritmo, ni en las modas pasajeras.
Nuestra identidad como fotógrafos empieza a nacer cuando miramos nuestro propio trabajo con el corazón abierto. Cuando revisamos nuestras imágenes y, casi con sorpresa, descubrimos que hay un hilo que las une. Que hay ciertos elementos que regresan una y otra vez: una paleta de color que nos persigue, un encuadre que nos reconforta, una atmósfera que se repite aunque no la busquemos, una composición específica, un mensaje.
A veces, necesitamos alejarnos del bullicio para encontrarla. Crear nuestro propio espacio, generar un ecosistema en el que nuestra creatividad pueda respirar sin el peso de la comparación. Puede ser un estudio ordenado o una habitación caótica, la luz tenue de la madrugada o la crudeza del mediodía, el sonido del viento o el eco del silencio. Cada uno tiene su propio santuario creativo, ese lugar —físico o mental— donde el proceso de búsqueda se vuelve más nítido.
Pero el espacio es solo el comienzo. También es necesario experimentar con el lenguaje que nos es propio. Hay quienes encuentran su voz en la textura de los desenfoques, en el minimalismo de la imagen desnuda, en la composición meticulosa o en la intuición del instante irrepetible. Otros exploran a través de la descontextualización, del juego con la escala, del aislamiento de un elemento dentro del caos.
Las herramientas están ahí, pero no son el estilo. Son solo el vehículo que nos ayuda a traducir nuestra visión en imágenes. La clave está en reconocer cuáles resuenan con nuestra forma de mirar.
El riesgo es quedarnos atrapados en la repetición (paisajes con la misma estructura compositiva, primeros planos con un ángulo predecible, escenas idénticas con variaciones mínimas… Confundir estilo con comodidad. Porque el estilo es mucho más. Es lo que permite identificar nuestro trabajo aun cuando no vaya firmado.
El estilo, además, evoluciona con nosotros. Lo que hoy nos define puede no ser lo que nos defina dentro de diez años. Cambia con nuestras emociones, con nuestras experiencias y su forma de modificar la manera de entender el mundo. Y está bien que así sea.
Por eso es importante cuestionarnos de vez en cuando. Mirar nuestro trabajo y preguntarnos: ¿sigo hablando con mi propia voz o me estoy limitando a repetir fórmulas? ¿Lo que hago sigue naciendo de la emoción o se ha convertido en un gesto automático?
Un fotógrafo que ha encontrado su estilo es aquel que ha aprendido a escucharse. Que ha dejado de preocuparse por encajar y ha decidido explorar su propio lenguaje, sin miedo a la incertidumbre.
Porque quizás el verdadero hallazgo no es tanto inventar algo nuevo, sino recordar quiénes éramos antes de olvidar nuestra propia voz.
ALGUNOS DATOS TÉCNICOS
La historia de la fotografía está marcada por aquellos que encontraron en la imagen su voz más pura. Algunos fotógrafos han logrado construir un lenguaje tan personal que sus imágenes se reconocen sin necesidad de firma, como si cada encuadre llevara impresa su esencia.
Richard Avedon supo ver el alma detrás del rostro. Su minimalismo extremo desnudaba a sus retratados, despojándolos de artificios hasta dejarlos expuestos en su vulnerabilidad. Diane Arbus, en cambio, encontró su voz en lo extraño, en esos márgenes donde la humanidad se desborda y se revela sin máscaras. Cartier-Bresson buscó lo contrario: el instante exacto, la geometría perfecta en la fugacidad del tiempo. Fotografiar para él no era intervenir, sino esperar el momento preciso en el que la realidad se ordena por sí misma.
Otros, como Cindy Sherman, hicieron de su propia identidad un campo de juego. Su obra no muestra la realidad, sino que la construye. Su rostro, tantas veces transformado, cuestiona la idea misma del ser. Saul Leiter llevó la exploración aún más lejos, convirtiendo la fotografía en una abstracción pictórica, con reflejos y fragmentos que parecen existir en un espacio suspendido entre lo real y lo imaginado.
Pero más allá de los fotógrafos, la teoría también ha intentado desentrañar el enigma del estilo propio. John Szarkowski planteó una dualidad fascinante: hay fotógrafos que usan la cámara como un espejo para mirarse a sí mismos, y otros que la convierten en una ventana para observar el mundo. En la misma línea, Terry Barrett estableció cuatro enfoques que pueden marcar el estilo de un fotógrafo: el realismo puro, el formalismo estético, la expresión emocional y la instrumentalización de la imagen como herramienta de transformación social.
Jean-Claude Lemagny, por su parte, propuso una visión más orgánica, donde el estilo no es algo fijo, sino un punto en movimiento dentro de un reloj estético que oscila entre la idea, la emoción y la forma. Roland Barthes llevó la reflexión más allá al afirmar que lo que realmente nos atrapa en una imagen no es su composición ni su luz, sino el punctum, ese pequeño detalle impredecible que nos atraviesa de manera personal y nos hace volver a ella una y otra vez.
La fotografía, en definitiva, es tanto una exploración del mundo como de uno mismo. Encontrar un estilo propio es comprender qué nos obsesiona, qué buscamos sin saberlo en cada disparo, qué atmósfera nos persigue aunque no la busquemos. Es la diferencia entre hacer una imagen y hacer nuestra imagen. Es, en última instancia, decidir cómo queremos mirar y, sobre todo, cómo queremos ser vistos.







Encantado de leer tus reflexiones. Me resultan muy acertadas y se corresponden totalmente con mis emociones y sentimientos... Aunque creo no haber encontrado todavía mi hilo conductor. Tal vez me llevé una vida y siento que cada instante se va más rápido. Un abrazo artista