Una alegría que pide permiso.
Una alegría que pide permiso: la emoción de ver en PhotoEspaña un proyecto nacido en el silencio y hecho de niebla, luz y mirada interior.
Perdón.
Sí, comienzo pidiendo perdón. Este no es un artículo nacido de la indignación ni de la inquietud que a veces desborda mis textos. Hoy escribo desde otro lugar, uno más calmado, pero igualmente expuesto: la alegría. Y si me atrevo a traerla aquí, es porque también lo luminoso merece su espacio, aunque no haga ruido, aunque no grite.
Percepción y abstracciones de un horizonte interno, uno de mis proyectos fotográficos más íntimos, ha sido seleccionado para formar parte de PhotoEspaña 2025. Y decir esto aún me resulta extraño. Me llena de gratitud, de sorpresa, de una especie de pudor alegre. Como si la mirada hacia adentro, esa que he intentado cultivar durante tanto tiempo, encontrara por fin un espejo en el afuera.
Este proyecto nació en silencio. No como una serie de imágenes pensadas para una exposición, sino como un proceso de observación paciente y contemplativa, una práctica casi meditativa de relación con el paisaje. En él, la naturaleza no es objeto, ni escenario, ni fondo. Es interlocutora. La cámara, como en todos mis trabajos fotográficos, en lugar de documentar, escucha.
En Percepción y abstracciones de un horizonte interno hay horizontes, nieblas, reflejos, luces filtradas por la atmósfera. Pero no son paisajes tal como los vemos con los ojos, sino como los sentimos con el cuerpo, con la memoria, con el alma. Cada imagen intenta ser la condensación de un estado interno proyectado sobre el mundo: una forma de decir “esto que ves afuera, también ocurre dentro de mí”.
El proyecto se nutre de una tradición artística y filosófica que reivindica lo inasible, lo intangible, lo que no puede definirse con precisión. Visualmente, hay en él ecos del romanticismo pictórico de Friedrich, de la mística lumínica de Rothko, de la contemplación japonesa del vacío, de la sensibilidad atmosférica de Sugimoto o de Rinko Kawauchi. No se trata de una influencia directa, sino de una acústica: esa manera de mirar en la que el mundo se vuelve símbolo y sugerencia.
Filosóficamente, el proyecto dialoga con la fenomenología, especialmente con Merleau-Ponty y su idea del cuerpo como lugar de percepción y sentido, como cruce entre el mundo y el sujeto. También tintinea en él la estética de lo sutil de Byung-Chul Han, su reivindicación de lo no productivo, de lo que no puede cuantificarse ni capitalizarse. Y, por supuesto, conservo muy cerca las palabras de María Zambrano, cuando habla del pensamiento que nace “al borde del sueño”, en esa región donde la razón se vuelve casi poética.
Percepción y abstracciones de un horizonte interno es una propuesta para habitar ese borde. No pretende explicar; no busca denunciar. Su objetivo tampoco es impactar. Es, simplemente, un intento de atención, de lentitud, de presencia. Una forma de resistirse a la velocidad y a la literalidad que nos exigen los lenguajes dominantes. Cada imagen es una pregunta muda, una pausa, un respiro.
Estar en PhotoEspaña con este proyecto me conmueve no por lo que supone a nivel profesional, que sin duda es mucho, sino por lo que significa en el plano simbólico: que un trabajo silencioso, no estridente, hecho desde el recogimiento, tenga un lugar en un espacio de visibilidad pública. Que lo íntimo pueda ser compartido sin traicionar su delicadeza. Que la mirada que duda y tiembla también pueda ser celebrada.
Agradezco profundamente a quienes me han acompañado, sostenido o inspirado en este proceso. Pero también a la propia naturaleza, que es siempre maestra y espejo. No sé qué vendrá después, y en realidad no lo necesito. Por ahora, celebro este instante como se celebra un amanecer en soledad: sin palabras, pero con los ojos bien abiertos.
A veces me pregunto si también la alegría necesita una gramática distinta. No la alegría exuberante, ni la que se celebra en coro, sino esta otra: la que se posa en el pecho con suavidad, sin prometer nada, sin exigir nada. Una alegría que se posa como la luz en ciertos días nublados: sin hacer sombra, sin deslumbrar.
Esa es la que me habita ahora, y quizá por eso he dudado tanto antes de escribir. Porque estamos más entrenados para compartir lo que duele que lo que serena. Porque hablar de lo íntimo sin dramatismo parece, a veces, un gesto menor. Pero yo creo —o quiero creer— que también lo pausado, lo contemplativo, lo no espectacular, merece ser nombrado.
Este proyecto me ha enseñado eso. A no buscar el impacto. A no perseguir la imagen perfecta. A dejar que la naturaleza me hable a su ritmo, sin exigirle sentido. A entender que mirar no siempre es capturar, sino acompañar. Que a veces basta con estar.
En ese estar —en esa demora— se abre un espacio. Una grieta pequeña por donde puede filtrarse otra manera de ver, y también de vivir. Y si me atrevo a compartirlo ahora es porque creo que ese tipo de mirada, por frágil que sea, también puede sostener. No cambiar el mundo, no responder a sus urgencias, pero sí ofrecer un instante de respiro, una forma de volver a habitar el presente con más hondura.
Gracias por leerme, incluso cuando no escribo desde la herida, sino desde una alegría callada que aún no sé nombrar del todo.
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