Más que ausencia de vínculos, vivimos una mutación silenciosa: hemos olvidado que lo humano ocurre entre, en el otro, en lo común. “Vivimos juntos, pero cada vez más solos.” Bauman
Gracias, Javier, por leerme y compartir tu artículo, que, al leer con atención, me ha permitido ver cómo nuestras palabras, nacidas en rincones distintos, parecen saber del mismo temblor. Hay entre tu texto y el mío una sintonía que no reside solo en el tema , la soledad, sino en el modo de abordarlo: ambos intuimos que no se trata de una circunstancia individual ni de un problema coyuntural, sino de una transformación honda, casi tectónica, del vínculo humano. La soledad de la que hablamos es una forma nueva, y profundamente inquietante, de habitar el mundo.
Tu artículo traza con precisión el mapa de esa deriva: cómo la vida se ha replegado en la comodidad de lo remoto, cómo el barrio, la plaza, el encuentro azaroso han cedido terreno ante la lógica del algoritmo. Me interesa especialmente la idea que planteas sobre la desaparición del “círculo intermedio”, ese espacio social que no es ni el núcleo íntimo ni el mundo lejano, sino el tejido que nos sostenía sin necesidad de afinidad, donde aprendíamos a tolerar y a convivir. Al leerte, sentí que ese “intermedio” al que das cuerpo es una forma visible y concreta de lo que en mi texto llamo “el entre”: un espacio relacional cada vez más ausente, donde lo humano sucedía sin necesidad de propósito ni pertenencia, sin utilidad ni escenografía. Tú lo nombras desde la calle; yo intento oír su eco en lo invisible.
Coincidimos también en la sospecha de que la tecnología ha comenzado a actuar como catalizador silencioso de la desconexión.
Tu texto construye una cartografía detallada; mi mirada se sitúa en otro plano, más abstracto, quizá más simbólico. No busco tanto describir la arquitectura del problema como sugerir su atmósfera: el modo en que el lazo humano ha sido desplazado hacia los márgenes de lo visible. Tú te apoyas en datos, en referencias, para desplegar un argumento lúcido y articulado. Yo me dejo llevar por la imagen, por la evocación de un desamparo que no siempre se puede nombrar, pero que sin embargo pesa.
Entre los dos textos hay un diálogo. No porque digan lo mismo, sino porque señalan lo mismo desde dos riberas distintas. El tuyo lanza luz; el mío se mueve entre sombras. Ambos denuncian, a su manera, una transformación que deshumaniza mientras promete lo contrario. Y ambos intuyen, creo, que no hay solución técnica para lo que es, en el fondo, una herida relacional.
Me alegra que nuestras voces hayan coincidido en esta afinidad grave y compartida. Quizá no podamos revertir del todo este proceso, pero nombrarlo, pensarlo, escribirlo juntos, es ya una forma de resistir.
Yo siempre me he sentido sola. Incomprendida. Estando con gente sobre todo. Siempre he anhelado vínculos profundos, que no he encontrado en mi entorno, o que no me llenaban lo suficiente. Ese vacío que no se llena por más rodeada de gente que estés porque no hay vínculo sino una relación superficial.
Aún estando muy de acuerdo contigo en todo, me pregunto si esto no ha sido así desde el inicio de la industrialización. Ahora, con la mercantilización de la soledad y la carencia afectiva la proliferación de 'soluciones' ( que como muy bien describes no son tal cosa ) tal vez sea más evidente.
No sé, sinceramente, cómo recuperar esta forma de vincularse más humana y real. Yo llevo toda la vida buscandola y ahora, a los 41, empiezo a encontrar destellos.
Gracias por compartirte así, sin maquillaje ni consuelo fácil. Lo que mencionas, tiene mucha fuerza: la soledad más feroz suele ser la que se experimenta en presencia de otros. Esa distancia insalvable entre lo que se anhela y lo que se encuentra. No es la falta de compañía lo que agrieta, sino la falta de vínculo real.
Y sí, puede que esa fractura venga de lejos, como tú bien apuntas. La industrialización deshizo los tejidos comunitarios que nos sostenían y, con el tiempo, la técnica reemplazó la conversación, el rito, la pausa. Pero lo que hoy emerge es otra capa: la instrumentalización de esa carencia, su conversión en mercado. Ya no se trata solo de que estemos aislados, sino de que nuestra necesidad de contacto se ha vuelto una mercancía. Y eso deja al alma en un lugar aún más expuesto.
No tengo una receta para recuperar lo que nombras, porque lo humano —cuando es verdadero— no se produce, ni se programa. Pero sí creo en los gestos obstinados que desobedecen esta lógica: la escucha sin propósito, los espacios donde no hay que parecer nada, el valor de no adaptarse. Tal vez no se trate de encontrar un lugar donde encajar, sino de habitar, con dignidad, el desajuste.
Esos destellos que empiezas a encontrar —quizá— no sean la promesa de algo que por fin llega, sino el rastro de una forma de vivir que aún resiste.
Chus, leerte ha sido un soplo de aire fresco muy reconfortante. Me ha gustado cómo señalas más allá de lo evidente para hacer visible lo que suele estar oculto o pasa inadvertido: que hay un proceso de oxidación en el ser humano que está dando pie a olvidar cómo relacionarse, cómo habitar la vulnerabilidad.
Este tema tan humano (la comunidad, la soledad) es algo que tengo muy presente personal y profesionalmente. En mi caso, vengo de familia muy extensa y rural y el tejido social en ese contexto es muy rico y diverso. Y he visto en la ciudad cómo esos aspectos que para mí son normales están ausente, debilitados en el mejor de los casos. Me dedico a la enfermería y cuidar del otro es esencial. Es un acto que es, antes que científicotécnico, creativo y, por ello, conllevo conocer al otro y no solo su fragilidad sino cómo habita el mundo.
Pienso que no estamos solos, sino que he.os olvidado cómo vincularnos y eso conlleva sembrar, nutrir y cuidar las relaciones. No se construyen, se nutren.
Para mí, el arraigo y la comunidad son la "medicina" a muchos de los males que nos acontecen en estos tiempos: soledad, adicciones, violencia, etc.
Si no te parece mal, te dejo por aquí 3 artículos que tengo publicados que considero en sintonía con el tuyo.
Gracias por este comentario tan lleno de verdad y de experiencia compartida.
Me conmueve profundamente cómo nombras lo que está en juego: ese “proceso de oxidación” del ser humano que es más que deterioro; es olvido —olvido del vínculo, de la escucha, de la presencia. Me gusta especialmente esa idea tuya de que “no estamos solos, sino que hemos olvidado cómo vincularnos”. Qué imagen tan luminosa, y a la vez tan desoladora.
También me ha emocionado tu manera de hablar del cuidado como gesto creativo, como conocimiento del otro, como forma de estar en el mundo. En ese sentido, siento que tu mirada y la mía se cruzan en lo esencial: en la certeza de que lo humano ocurre entre, en lo común, en esa franja delicada donde la vulnerabilidad más que debilidad es materia prima del encuentro.
Comparto contigo la intuición de que el arraigo y la comunidad no son soluciones mágicas, pero sí horizontes posibles. Horizontes que no se construyen —como bien dices— sino que se nutren. Quizá por eso duelen tanto las falsas promesas del mercado afectivo: porque ofrecen interacción sin relación, presencia sin reciprocidad, compañía sin compromiso. Y lo que anhelamos no es consumo, sino convivencia.
Gracias, de corazón, por compartir tu lectura y tus vivencias. Me alegra saber que hay otras voces que cuidan, que escuchan, que piensan desde el cuerpo y el oficio. Me encantará leer tus artículos.
Lo lindo en lo feo: varios no tenemos el dinero para pagar una suscripción a la compañía. Otros, que si tienen para costear, también eligen no suscribirse porque no ven posibilidad de hacer reemplazable a un humano con una cosa
Sintonizo con tu análisis y referencias (https://newsletter.ingenierodeletras.com/p/epidemia-de-soledad).
Gran texto. Gracias.
Gracias, Javier, por leerme y compartir tu artículo, que, al leer con atención, me ha permitido ver cómo nuestras palabras, nacidas en rincones distintos, parecen saber del mismo temblor. Hay entre tu texto y el mío una sintonía que no reside solo en el tema , la soledad, sino en el modo de abordarlo: ambos intuimos que no se trata de una circunstancia individual ni de un problema coyuntural, sino de una transformación honda, casi tectónica, del vínculo humano. La soledad de la que hablamos es una forma nueva, y profundamente inquietante, de habitar el mundo.
Tu artículo traza con precisión el mapa de esa deriva: cómo la vida se ha replegado en la comodidad de lo remoto, cómo el barrio, la plaza, el encuentro azaroso han cedido terreno ante la lógica del algoritmo. Me interesa especialmente la idea que planteas sobre la desaparición del “círculo intermedio”, ese espacio social que no es ni el núcleo íntimo ni el mundo lejano, sino el tejido que nos sostenía sin necesidad de afinidad, donde aprendíamos a tolerar y a convivir. Al leerte, sentí que ese “intermedio” al que das cuerpo es una forma visible y concreta de lo que en mi texto llamo “el entre”: un espacio relacional cada vez más ausente, donde lo humano sucedía sin necesidad de propósito ni pertenencia, sin utilidad ni escenografía. Tú lo nombras desde la calle; yo intento oír su eco en lo invisible.
Coincidimos también en la sospecha de que la tecnología ha comenzado a actuar como catalizador silencioso de la desconexión.
Tu texto construye una cartografía detallada; mi mirada se sitúa en otro plano, más abstracto, quizá más simbólico. No busco tanto describir la arquitectura del problema como sugerir su atmósfera: el modo en que el lazo humano ha sido desplazado hacia los márgenes de lo visible. Tú te apoyas en datos, en referencias, para desplegar un argumento lúcido y articulado. Yo me dejo llevar por la imagen, por la evocación de un desamparo que no siempre se puede nombrar, pero que sin embargo pesa.
Entre los dos textos hay un diálogo. No porque digan lo mismo, sino porque señalan lo mismo desde dos riberas distintas. El tuyo lanza luz; el mío se mueve entre sombras. Ambos denuncian, a su manera, una transformación que deshumaniza mientras promete lo contrario. Y ambos intuyen, creo, que no hay solución técnica para lo que es, en el fondo, una herida relacional.
Me alegra que nuestras voces hayan coincidido en esta afinidad grave y compartida. Quizá no podamos revertir del todo este proceso, pero nombrarlo, pensarlo, escribirlo juntos, es ya una forma de resistir.
Yo siempre me he sentido sola. Incomprendida. Estando con gente sobre todo. Siempre he anhelado vínculos profundos, que no he encontrado en mi entorno, o que no me llenaban lo suficiente. Ese vacío que no se llena por más rodeada de gente que estés porque no hay vínculo sino una relación superficial.
Aún estando muy de acuerdo contigo en todo, me pregunto si esto no ha sido así desde el inicio de la industrialización. Ahora, con la mercantilización de la soledad y la carencia afectiva la proliferación de 'soluciones' ( que como muy bien describes no son tal cosa ) tal vez sea más evidente.
No sé, sinceramente, cómo recuperar esta forma de vincularse más humana y real. Yo llevo toda la vida buscandola y ahora, a los 41, empiezo a encontrar destellos.
Gracias por compartirte así, sin maquillaje ni consuelo fácil. Lo que mencionas, tiene mucha fuerza: la soledad más feroz suele ser la que se experimenta en presencia de otros. Esa distancia insalvable entre lo que se anhela y lo que se encuentra. No es la falta de compañía lo que agrieta, sino la falta de vínculo real.
Y sí, puede que esa fractura venga de lejos, como tú bien apuntas. La industrialización deshizo los tejidos comunitarios que nos sostenían y, con el tiempo, la técnica reemplazó la conversación, el rito, la pausa. Pero lo que hoy emerge es otra capa: la instrumentalización de esa carencia, su conversión en mercado. Ya no se trata solo de que estemos aislados, sino de que nuestra necesidad de contacto se ha vuelto una mercancía. Y eso deja al alma en un lugar aún más expuesto.
No tengo una receta para recuperar lo que nombras, porque lo humano —cuando es verdadero— no se produce, ni se programa. Pero sí creo en los gestos obstinados que desobedecen esta lógica: la escucha sin propósito, los espacios donde no hay que parecer nada, el valor de no adaptarse. Tal vez no se trate de encontrar un lugar donde encajar, sino de habitar, con dignidad, el desajuste.
Esos destellos que empiezas a encontrar —quizá— no sean la promesa de algo que por fin llega, sino el rastro de una forma de vivir que aún resiste.
Uau, una explicación completa, Chus, te felicito.
Chus, leerte ha sido un soplo de aire fresco muy reconfortante. Me ha gustado cómo señalas más allá de lo evidente para hacer visible lo que suele estar oculto o pasa inadvertido: que hay un proceso de oxidación en el ser humano que está dando pie a olvidar cómo relacionarse, cómo habitar la vulnerabilidad.
Este tema tan humano (la comunidad, la soledad) es algo que tengo muy presente personal y profesionalmente. En mi caso, vengo de familia muy extensa y rural y el tejido social en ese contexto es muy rico y diverso. Y he visto en la ciudad cómo esos aspectos que para mí son normales están ausente, debilitados en el mejor de los casos. Me dedico a la enfermería y cuidar del otro es esencial. Es un acto que es, antes que científicotécnico, creativo y, por ello, conllevo conocer al otro y no solo su fragilidad sino cómo habita el mundo.
Pienso que no estamos solos, sino que he.os olvidado cómo vincularnos y eso conlleva sembrar, nutrir y cuidar las relaciones. No se construyen, se nutren.
Para mí, el arraigo y la comunidad son la "medicina" a muchos de los males que nos acontecen en estos tiempos: soledad, adicciones, violencia, etc.
Si no te parece mal, te dejo por aquí 3 artículos que tengo publicados que considero en sintonía con el tuyo.
- Juntos, pero en soledad: https://ideas.gaceta.es/juntos-pero-en-soledad/
- La urgencia del arraigo y la comunidad: https://ideas.gaceta.es/la-urgencia-del-arraigo-y-la-comunidad/
- Una herida en común: https://ideas.gaceta.es/una-herida-en-comun/
Mis felicitaciones por tu reflexión.
Nos leemos.
Gracias por este comentario tan lleno de verdad y de experiencia compartida.
Me conmueve profundamente cómo nombras lo que está en juego: ese “proceso de oxidación” del ser humano que es más que deterioro; es olvido —olvido del vínculo, de la escucha, de la presencia. Me gusta especialmente esa idea tuya de que “no estamos solos, sino que hemos olvidado cómo vincularnos”. Qué imagen tan luminosa, y a la vez tan desoladora.
También me ha emocionado tu manera de hablar del cuidado como gesto creativo, como conocimiento del otro, como forma de estar en el mundo. En ese sentido, siento que tu mirada y la mía se cruzan en lo esencial: en la certeza de que lo humano ocurre entre, en lo común, en esa franja delicada donde la vulnerabilidad más que debilidad es materia prima del encuentro.
Comparto contigo la intuición de que el arraigo y la comunidad no son soluciones mágicas, pero sí horizontes posibles. Horizontes que no se construyen —como bien dices— sino que se nutren. Quizá por eso duelen tanto las falsas promesas del mercado afectivo: porque ofrecen interacción sin relación, presencia sin reciprocidad, compañía sin compromiso. Y lo que anhelamos no es consumo, sino convivencia.
Gracias, de corazón, por compartir tu lectura y tus vivencias. Me alegra saber que hay otras voces que cuidan, que escuchan, que piensan desde el cuerpo y el oficio. Me encantará leer tus artículos.
Un abrazo,
Chus
Muy bueno 😃. Lo incluyo en el diario de Substack en español?
Por supuesto!!!!! Será todo un honor!!!! Muchísimas gracias, David.
Muy bien, eso haremos.
Por si te quieres suscribir (gratis forever), este es un ejemplo:
https://columnas.substack.com/p/ia-artistas-tiktok-y-substack-3-consejos
Ya estaba suscrita!!!!! (creo😉)
Está publicado hoy:
https://columnas.substack.com/p/10-razones-por-las-que-dan-koe-y
Pues si que ha tenido alcance, quizás te enteraste a través del Directorio de Substack?
Fue una sugerencia de Salvador Lorca
Mi mentor !!!
Ahora mi enemigo, en el RETO, pero, en el corazón, amigos para siempre.
Muy buen texto.
Lo lindo en lo feo: varios no tenemos el dinero para pagar una suscripción a la compañía. Otros, que si tienen para costear, también eligen no suscribirse porque no ven posibilidad de hacer reemplazable a un humano con una cosa
Imposible no verse reflejado en este texto y sentirse parte del problema.
Hace unas semanas compartí una reflexión sobre qué podemos hacer para ser también parte de la solución a través del diseño de los espacios que habitamos (https://fcolom.substack.com/p/casas-para-vivir-mas-y-mejor).