Tremendo, Chus. Me trae a la mente la costumbre que tenemos de equiparar lo "legal" con lo aceptable moralmente. ¿Acaso no fueron legales los esclavos durante siglos? ¿Ilegal el matrimonio gay? ¿Legal en muchos países aún matar a las mujeres por el "crimen" de la infidelidad?
¿Y qué pasa con lo que hacemos con la naturaleza y los animales? Es legal la explotación de casi todos los animales y de los ecosistemas en general, pero ¿acaso no nos dicen nuestros valores que estamos infligiendo dolor y sufrimiento y destruyendo la misma red de vida que nos sostiene?
Soltemos las máscaras. Reencontrémonos con nuestro propio rostro y los valores que se transmiten a través de nuestra mirada honesta a los problemas que nos muestra este mundo.
Me emociona la claridad con la que enlazas distintos escenarios de obediencia aceptada, de legalidad sin justicia, de normas que no siempre sostienen lo humano. Tocas un punto clave: lo que es legal no siempre es ético, ni justo, ni digno. Y lo que está normalizado no siempre es inocente. De hecho, lo más peligroso suele esconderse precisamente en lo que ya no se cuestiona.
Lo que señalas sobre la relación con los animales, con la tierra, con el dolor ajeno convertido en hábito… me atraviesa profundamente. Porque ahí también opera la misma lógica que en el mundo laboral: una lógica que disocia, que permite ejecutar sin sentir, justificar sin pensar, mirar sin ver. La máscara —como tú tan bien intuyes— no solo se lleva en la empresa, también se activa cada vez que renunciamos a ver el sufrimiento que permitimos.
Y sí, reencontrarse con el propio rostro, como propones, no es solo un acto íntimo. Es también político, radical, reparador. Porque el rostro no es solo piel: es juicio, es temblor, es mirada que devuelve al mundo su verdad.
Gracias, de verdad, por recordar que, para transformar el mundo se necesita mucho más que discursos. Se necesitan vínculos. Gestos que, por pequeños que sean, se niegan a seguir anestesiados.
Es un pensamiento que tenía hacia mucho tiempo. No tan elaborado, pero si similar. El trabajo moderno nos despersonaliza por 8 horas, nos vuelve, como bien dice, funcionales. Luego de esas 8 horas, unas 4 o 5 nos mantiene conformes y con la ilusión de ser individuos viviendo su vida. Pero la verdad es que nos hemos vuelto autómatas esperando el fin de mes para dividir nuestro esfuerzo en compañías que nos venden el deseo.
Muchas gracias por poner en palabras el pensamiento que tengo de lunes a viernes.
David, gracias por leerme. Me alegra saber que el texto ha tocado una fibra que ya existía en ti, aunque con otra forma.
Quizá lo que compartimos es esa intuición común: que algo se pierde —o se adormece— cuando dejamos que lo funcional se imponga a lo humano.
En el artículo quise detenerme en ese momento preciso en que, al asumir un rol, dejamos de juzgar, de preguntarnos, de decidir. Nos volvemos ejecutores —no tanto por resignación, sino por una desconexión profunda del juicio ético.
Esa transformación me inquieta: cuando la obediencia o el automatismo se convierten en refugio, y con ello, dejamos de sentirnos responsables. La máscara que adoptamos nos vuelve diligentes, eficaces, obedientes… pero nonos debería convertir en inocentes.
Porque no dejamos de ser autores. Incluso cuando repetimos, cuando acatamos, cuando nos escudamos en el rol, hay una responsabilidad que nos acompaña. Lo que hacemos —y lo que dejamos de hacer— también nos constituye.
Me vas a permpitir cierta confianza llamándote 'amiga'.
Amiga, tu reflexión me la he impreso y la he ido subrayando. Cada idea tuya me lleva de forma inevitable a mi sector: la sanidad. El grado de deshumanización al que se somete al paciente —y a los familiares— adquiere cotas que nunca pensé ver.
Como apuntas, se ha suspendido el juicio personal/ profesional y se delega el mismo, así como cualquier responsabilidad, a los protocolos y guías clínicas. He oído como paciente eso de "el protocolo dice que" y se ha anulado mi criterio y mi voz. Cuando he querido cuestionar una orden, porque éticamente tenía reparos, la amenaza del despido caía sobre mi caneza y así me ocurrió en una ocasión: por cuestionar y negarme a ser parte de una asistencia y su consiguiente informe por las consecuencias morales y legales que entrañaba sobre el paciente, me despidieron. Para más inri: en la sanidad pública.
Creo que cada vez se extiende más los sistemas y estructuras impersonales, que se basan en protocolos y directrices que diseccionan al cliente (o al paciente) en partes, secciones, sistemas, haciéndole perder su humanidad. Les falta alma, una mínima empatía. Esto me lleva a pensar en la solidaridad mecánica y orgánica de Durkheim, quien desarrolló los conceptos de solidaridad mecánica y orgánica para explicar cómo varía la cohesión social entre diferentes tipos de sociedades y las consecuencias de ello.
Algo se ha quebrado en nuestra humanidad cuando dejamos de cuestionar, de poner en duda lo que hacemos y cómo lo hacemos. Es cierto que es complejo rebelarse cuando con el sueldo comes y pagas los recibos —no hablemos ya cuando depende de ti tu familia—, pero ¿cuándo aceptamos el "todo vale" por subsistir?
Me tatuaría tu frase "prestar atención a una vida concreta desestabiliza el orden impersonal del sistema". Me ha hecho pensar en un "despertar" que compartí el domingo pasado en mi newsletter:
La etimología de “cuidar” procede del latín ‘cogitare’ —pensar—; “médico” deriva de “meditar”. La máxima ‘cogito ergo sum’ podría dar lugar a un audaz “cuido, luego existo”.
Tremendo, Chus. Me trae a la mente la costumbre que tenemos de equiparar lo "legal" con lo aceptable moralmente. ¿Acaso no fueron legales los esclavos durante siglos? ¿Ilegal el matrimonio gay? ¿Legal en muchos países aún matar a las mujeres por el "crimen" de la infidelidad?
¿Y qué pasa con lo que hacemos con la naturaleza y los animales? Es legal la explotación de casi todos los animales y de los ecosistemas en general, pero ¿acaso no nos dicen nuestros valores que estamos infligiendo dolor y sufrimiento y destruyendo la misma red de vida que nos sostiene?
Soltemos las máscaras. Reencontrémonos con nuestro propio rostro y los valores que se transmiten a través de nuestra mirada honesta a los problemas que nos muestra este mundo.
Un abrazo
Me emociona la claridad con la que enlazas distintos escenarios de obediencia aceptada, de legalidad sin justicia, de normas que no siempre sostienen lo humano. Tocas un punto clave: lo que es legal no siempre es ético, ni justo, ni digno. Y lo que está normalizado no siempre es inocente. De hecho, lo más peligroso suele esconderse precisamente en lo que ya no se cuestiona.
Lo que señalas sobre la relación con los animales, con la tierra, con el dolor ajeno convertido en hábito… me atraviesa profundamente. Porque ahí también opera la misma lógica que en el mundo laboral: una lógica que disocia, que permite ejecutar sin sentir, justificar sin pensar, mirar sin ver. La máscara —como tú tan bien intuyes— no solo se lleva en la empresa, también se activa cada vez que renunciamos a ver el sufrimiento que permitimos.
Y sí, reencontrarse con el propio rostro, como propones, no es solo un acto íntimo. Es también político, radical, reparador. Porque el rostro no es solo piel: es juicio, es temblor, es mirada que devuelve al mundo su verdad.
Gracias, de verdad, por recordar que, para transformar el mundo se necesita mucho más que discursos. Se necesitan vínculos. Gestos que, por pequeños que sean, se niegan a seguir anestesiados.
Un abrazo grande,
Chus
Es un pensamiento que tenía hacia mucho tiempo. No tan elaborado, pero si similar. El trabajo moderno nos despersonaliza por 8 horas, nos vuelve, como bien dice, funcionales. Luego de esas 8 horas, unas 4 o 5 nos mantiene conformes y con la ilusión de ser individuos viviendo su vida. Pero la verdad es que nos hemos vuelto autómatas esperando el fin de mes para dividir nuestro esfuerzo en compañías que nos venden el deseo.
Muchas gracias por poner en palabras el pensamiento que tengo de lunes a viernes.
David, gracias por leerme. Me alegra saber que el texto ha tocado una fibra que ya existía en ti, aunque con otra forma.
Quizá lo que compartimos es esa intuición común: que algo se pierde —o se adormece— cuando dejamos que lo funcional se imponga a lo humano.
En el artículo quise detenerme en ese momento preciso en que, al asumir un rol, dejamos de juzgar, de preguntarnos, de decidir. Nos volvemos ejecutores —no tanto por resignación, sino por una desconexión profunda del juicio ético.
Esa transformación me inquieta: cuando la obediencia o el automatismo se convierten en refugio, y con ello, dejamos de sentirnos responsables. La máscara que adoptamos nos vuelve diligentes, eficaces, obedientes… pero nonos debería convertir en inocentes.
Porque no dejamos de ser autores. Incluso cuando repetimos, cuando acatamos, cuando nos escudamos en el rol, hay una responsabilidad que nos acompaña. Lo que hacemos —y lo que dejamos de hacer— también nos constituye.
Muy bueno. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?
Por supuesto, David. No tienes ni que preguntar.
Gracias!
Pero preferimos preguntar, si podemos.
Copias el link a tu artículo y lo pegas en la zona de comentarios de esta edición, con algunas palabras?
https://columnas.substack.com/p/un-google-para-substacksnunca-te
Sino, dímelo y ya lo hago yo.
Me vas a permpitir cierta confianza llamándote 'amiga'.
Amiga, tu reflexión me la he impreso y la he ido subrayando. Cada idea tuya me lleva de forma inevitable a mi sector: la sanidad. El grado de deshumanización al que se somete al paciente —y a los familiares— adquiere cotas que nunca pensé ver.
Como apuntas, se ha suspendido el juicio personal/ profesional y se delega el mismo, así como cualquier responsabilidad, a los protocolos y guías clínicas. He oído como paciente eso de "el protocolo dice que" y se ha anulado mi criterio y mi voz. Cuando he querido cuestionar una orden, porque éticamente tenía reparos, la amenaza del despido caía sobre mi caneza y así me ocurrió en una ocasión: por cuestionar y negarme a ser parte de una asistencia y su consiguiente informe por las consecuencias morales y legales que entrañaba sobre el paciente, me despidieron. Para más inri: en la sanidad pública.
Creo que cada vez se extiende más los sistemas y estructuras impersonales, que se basan en protocolos y directrices que diseccionan al cliente (o al paciente) en partes, secciones, sistemas, haciéndole perder su humanidad. Les falta alma, una mínima empatía. Esto me lleva a pensar en la solidaridad mecánica y orgánica de Durkheim, quien desarrolló los conceptos de solidaridad mecánica y orgánica para explicar cómo varía la cohesión social entre diferentes tipos de sociedades y las consecuencias de ello.
Algo se ha quebrado en nuestra humanidad cuando dejamos de cuestionar, de poner en duda lo que hacemos y cómo lo hacemos. Es cierto que es complejo rebelarse cuando con el sueldo comes y pagas los recibos —no hablemos ya cuando depende de ti tu familia—, pero ¿cuándo aceptamos el "todo vale" por subsistir?
Me tatuaría tu frase "prestar atención a una vida concreta desestabiliza el orden impersonal del sistema". Me ha hecho pensar en un "despertar" que compartí el domingo pasado en mi newsletter:
La etimología de “cuidar” procede del latín ‘cogitare’ —pensar—; “médico” deriva de “meditar”. La máxima ‘cogito ergo sum’ podría dar lugar a un audaz “cuido, luego existo”.
Gracias, Chus.